La enseñanza que el Señor nos ofrece hoy tiene que ver con la compasión, pero también con el orgullo que muchas veces puede cegarnos para no ver la necesidad del mundo, orgullo que nos hace insensibles y que nos aleja de Dios. También hay una lección de esperanza para el que sufre.
La parábola que nuestro Señor nos cuenta tiene una historia, un inicio y también un final, nos cuenta de dos hombres distintos, uno era rico, ostentoso y obviamente orgulloso; tan orgulloso, que estaba cegado por sus bienes a tal punto que había un mendigo en la puerta de su casa y él ni siquiera podía ver su necesidad y menos imaginar su dolor... el mendigo no anhelaba mucho, se hubiera contentado con las sobras de la mesa del rico, era un hombre pobre y humilde...
Tengamos cuidado del orgullo que nos puede traer la posesión de bienes materiales, no olvidemos la enseñanza de la semana pasada, recordemos que NADA, absolutamente NADA es nuestro, TODO lo que tenemos es por la gracia de Dios y a Él le pertenece, no olvidemos que nosotros sólo somos administradores de lo que es suyo... al final de nuestros días nada nos llevaremos a la tumba y partiremos de ésta vida con menos de lo que hemos llegado al mundo.
Tengamos cuidado del orgullo que casi siempre termina por lastimar a nuestro prójimo, alejarnos de Dios y de la Iglesia. Los bienes materiales son buenos, son bendición y dones de Dios, pero de nada sirven si no tenemos riquezas espirituales; nuestro Señor Jesucristo nos pregunta con claridad en San Mateo 16:26:
"¿De qué sirve ganar el mundo entero si se pierde la vida?
¿O, qué se puede dar a cambio de la vida?"
En la parábola, para ambas personas, como lo será para nosotros algún día, su vida llegó a su fin; uno fue a pagar las consecuencias de su orgullo y de su falta de compasión, pero el otro fue llevado por ángeles al cielo; uno recibió consuelo y alivio eternos, el otro fue a dar al infierno y desde allí clamó por la compasión que él nunca mostró. Que ésta lección nos haga reflexionar, muchas veces los necesitados están tan cerca nuestro y nuestros ojos no los pueden ver, debemos buscar en todo momento y circunstancia tener un corazón compasivo, dispuesto a compartir las bendiciones que Dios nos da desde el cielo; así al final recibiremos la recompensa merecida por nuestra piedad para los más necesitados.
Que el Señor nos guarde, pero que también nos perdone por las veces que fuimos insensibles, ciegos, sordos, que nos de un corazón agradecido, un corazón lejos del orgullo y de la vanidad.
Un abrazo.
+Juan Carlos Revilla
OREMOS
Oh Dios, que manifiestas tu infinito poder especialmente mostrando piedad y misericordia: Derrama sobre nosotros la plenitud de tu gracia; a fin de que, esforzándonos para obtener tus promesas, seamos partícipes de tus tesoros celestiales; por Jesucristo nuestro Señor, que vive y reina contigo y el Espíritu Santo, un solo Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
Que la bendición de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre todos nosotros ahora y siempre, por los siglos de los siglos +. Amén.