Hoy debemos detenernos un momento en la presencia de Dios Padre para darle gracias por éstos sus dos siervos fieles que ahora gozan merecidamente del reino celestial:
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Pedro, un hombre que lo dejó todo por el Señor, que siendo un pescador, se hizo un discípulo muy cercano a Cristo, aprendió mucho de Él y lo reconoció en su "Confesión" como el Hijo de Dios. Nuestro Señor le dijo que sobre él edificaría la Iglesia y así fue. Llegó a ser obispo de Roma y murió cruelmente por causa del evangelio. Valiente, perseverante y bueno.
Pablo, un hombre que antes de encontrarse con Jesús perseguía cristianos; desde su encuentro profundo, intenso y lleno de poder, se convirtió en un discípulo fiel, perseverante, misionero por excelencia, plantó muchas iglesias en su tiempo y fue el hombre que más a escrito en el nuevo testamento; el apóstol de los gentiles, fiel hasta su muerte dolorosa, lo soportó todo por el Señor.
De ambos debemos aprender cada día, como Pedro, reconozcamos en Cristo el Hijo de Dios, seamos instrumentos de reconciliación y salvación para muchos. Como Pablo, no dejemos de llevar el evangelio por todas partes, especialmente con nuestro ejemplo y testimonio de vida, en toda circunstancia y lugar, en especial a los más necesitados.
Que el Señor nos bendiga.
OREMOS
Dios omnipotente, cuyos benditos apóstoles Pedro y Pablo te glorificaron con su martirio: Concede que tu Iglesia, instruida por su enseñanza y ejemplo, y entrelazada en unidad por tu Espíritu, permanezca siempre firme sobre el único cimiento, que es Jesucristo nuestro Señor; que vive y reina contigo, en la unidad del Espíritu Santo, un solo Dios, ahora y por siempre. Amén.
Señor Jesucristo, tú extendiste tus brazos amorosos sobre el cruel madero de la cruz, para estrechar a todos los seres humanos en tu abrazo salvador: Revístenos con tu Espíritu de tal manera que, extendiendo nuestras manos en amor, llevemos a quienes no te conocen a reconocerte y amarte; por el honor de tu Nombre. Amén.
Bendigamos al Señor.
Demos gracias a Dios.
Gloria a Dios, cuyo poder, actuando en nosotros, puede realizar todas las cosas infinitamente mejor de lo que podemos pedir o pensar: Gloria a él en la Iglesia de generación en generación, y en Cristo Jesús por los siglos de los siglos. Amén.