"He venido a traer fuego a la tierra, y ¡cómo quisiera que ya estuviera ardiendo!
Pero tengo que pasar por la prueba de un bautismo, y ¡cuánta angustia siento hasta que se cumpla!"
Al leer detenidamente las palabras de nuestro Señor, notamos claramente su profundo anhelo, que el fuego de su amor y de su Espíritu ardan en el mundo entero, que ese fuego toque cada corazón humano y que domine en su Iglesia para el bien de todos los que lo buscan y quieren una vida mejor, una vida plena en Cristo Jesús. Busquemos en todo momento sentir ese fuego de su Espíritu, de Su Palabra y dejemos que actúe en nosotros, que nos transforme y nos haga más a su imagen; dice el Salmo 29 que la voz del Señor el fuego ardiente, que sacude hasta los desiertos y es majestuosa.
Una de las grandes promesas de nuestro Señor Jesucristo a sus discípulos es la llegada del Espíritu Santo a sus vidas, ese Espíritu que transforma, edifica y santifica a todo aquel que lo recibe, la promesa de ese fuego se cumplió en Pentecostés (Hechos 2:3) y se cumple cada día en todo aquel que verdaderamente lo desee, porque ese Espíritu nos da un poder especial, nos hace testigos de Cristo y de obra redentora, nos hace verdaderos hijos de Dios. Busquemos siempre ese Espíritu Santo para que arda en nuestros corazones, para que nos de el valor de permanecer siempre en unidad y hermandad con todas las personas, para que podamos perseverar aún en medio de las divisiones y de las pruebas que vivimos cada día.
Nuestro Señor ya anunciaba la división por causa suya, nuestro Señor nos advierte de las pruebas que debemos enfrentar; Él mismo pasó por la prueba del calvario, se entregó por nosotros y por nuestra salvación, ahora nos toca a nosotros con fe caminar victoriosos y perseverar aún en medio de la división fijando la mirada en Cristo Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe (Hebreos 12:2); por lo tanto, como dice la segunda lectura de hoy, despojémonos del pecado que nos asedia y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante yendo hacía Cristo Jesús todos los días de nuestra vida.
Que el Señor nos acompañe y nos ayude.
OREMOS
Dios omnipotente, por nosotros entregaste a tu Hijo único como sacrificio por los pecados y como ejemplo de vida piadosa: Danos gracia para recibir con gratitud los frutos de su obra redentora, y seguir de día en día las huellas benditas de su santísima vida; por Jesucristo tu Hijo nuestro Señor, que vive y reina contigo y el Espíritu Santo, un solo Dios, ahora y por siempre. Amén
Bendigamos al Señor.
Demos gracias a Dios.
La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos nosotros, ahora y siempre. Amén.
Demos gracias a Dios.
La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos nosotros, ahora y siempre. Amén.
Amén. Gracias Dios
ResponderEliminarAmén mi Dios.
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